Víctor García ‘Pillo’ | @VictorG_Pillo
Como decía el Guerrita “lo que no puede ser no puede ser y además es imposible”.
Para olvidar y para analizar con minuciosidad, porque al margen de que la noche “venía de culo”, hay cosas que no pueden volver a repetirse porque en caso contrario las consecuencias sí que pueden ser irreparables.
Jordi y los jugadores mejor que nadie saben lo que pasó, porque pasó y cuales son las soluciones.
Hay días que vienen así: actúes como actúes y hagas lo que hagas todo sale mal.
La puesta en escena de los hispanos fue muy floja. No comparecieron hasta el 15’, ya con un 6-12 en contra y 2 tiempos muertos solicitados por Ribera.
Quizás se notó en exceso la importancia del envite, quizás nos costó desprendernos de la lógica presión de un partido inicial ante un rival más que directo; quizás esa presión se convirtió en una losa que lastró no solo la cabeza si no también el brazo de los hispanos. Quizás…
Vaya por delante que hoy hemos visto a la mejor Croacia de los últimos tiempos, quizás espoleada por la final del europeo de 2020, salieron enrabietados y “engancharon” un partido de mucho nivel.
Pero no nos engañemos, esta Croacia, no es un equipo con nivel suficiente para endosar 39 goles o ganar de 10 a los hispanos.
Lo cierto es que fiel a su guardia pretoriana Jordi dejo fuera de convocatoria a los neófitos Ian Gurri y Dani Fernández.
Y cierto también que ambos equipos, aunque con resultados diametralmente opuestos, utilizaron sus habituales sistemas defensivos en 6:0. España utilizaba su ya habitual cambio defensa-ataque Figueras por Peciña en defensa que compartía zona central con Dani Dujsehbaev.
A pesar de ser el esquema habitual, ya interiorizado y automatizado por los jugadores, lo cierto es que el rendimiento defensivo hispano fue paupérrimo.
El inconsistente entramado defensivo se veía una y otra vez superado por un ataque croata que, sin complicarse la vida, se limita a dar continuidad al juego y tras 4 o 5 pases con buenas fijaciones conseguían una optima situación de lanzamiento para fusilar a Gonzalo Pérez de Vargas.
Esta endeblez defensiva permitía que una simple acción de 1×1 y continuidad, consiguiera posicionar a un atacante con balón, sin casi oposición, en condiciones de finalizar el ataque desde la línea de 6 metros.
La defensa española se limitaba a correr detrás del balón muy poco proactiva, sin la contundencia en los contactos necesaria para evitar la continuidad de la acción, sin anticipación. Ni siquiera una mínima disuasión que pudiera provocar alguna duda en el ataque croata que jugaba a placer.
Después del 2º tiempo muerto, intentando frenar el evidente descalabro, el banquillo español movio ficha dando entrada a Alex Dujshebaev por Maqueda en ataque y a Sánchez Migallón por Peciña en defensa. No surtió efecto.
Nuestra defensa seguía desangrándose, insisto, básicamente por la endeblez de los contactos y la falta de cohesión, la excesiva individualización de las acciones defensivas. Agravando la herida, nuestra portería, tantas veces salvadora, apenas tocaba balones (0 paradas en el primer tiempo). Excesivo casi insultante 90% de porcentaje de acierto del ataque croata.
De la misma manera que se utilizó como revulsivo el juego de 7×6, quizás hubiera venido bien un cambio de sistema defensivo, aunque solo fuera para romper las dinámicas de comodidad y confort en las que se movía el ataque croata.
Las sensaciones de nuestro ataque tampoco eran buenas. Previsible, lento, sin verticalidad ni anchura, sin la intensidad y la ambición que nuestro deporte exige en cada acción.
Y para rematarla, en las pocas opciones de finalización se cometían clamorosos errores de lanzamiento que facilitaban rápidas contras croatas que poco a poco agrandaban la herida.
Realmente, creo no equivocarme, si digo que estos primeros 18’ fueron los peores de la era Jordi Ribera.
El juego de 7×6, la entrada de Cañellas y los lanzamientos de distancia de Imanol Garciandia abrieron un pequeño punto de luz que permitieron reducir ligeramente la ventaja y seguir en el partido.
14-18 al descanso con el pensamiento generalizado de que peor ya no podían ir las cosas y que el paso por el vestuario serviría como revulsivo.
Nada mas lejos de la realidad. Un parcial de 0-4 en los primero 5’ sentenció un partido que a partir de ese momento ya fue un festival de los balcánicos y un querer y no poder de los nuestros.
En definitiva, esto solo está empezando, ahora solo quedan finales, la primera el próximo domingo frente a Rumania y la 2º el martes 16 con los austriacos (este sí puede ser un partido realmente duro) que nos van a exigir un cambio radical en nuestra mentalidad y en nuestro juego.
Este grupo ha dado pruebas evidentes de que nunca se le puede dar por vencido, son especialistas en resurgir de situaciones complicadas y se han ganado a pulso la confianza que sin duda merecen.